Hace
unos días leí en la prensa un artículo que comenzaba haciendo una pregunta: ¿puede
una prenda pasar de moda en 15 días? Trataba sobre la ropa de usar y tirar.
Este es un asunto que me toca la fibra sensible y a la vez me cabrea, pues de
algún modo considero que los culpables de ello somos nosotros mismos. Dado que
estamos educando a nuestros jóvenes, seguidores de sus ídolos por las redes
sociales, a verlos salir en sus cuentas, que actualizan varias veces al día,
sin repetir la misma ropa, es natural que ellos los tomen de ejemplo y que
quieran hacer lo mismo. Por eso algunas
tiendas se aprovechan de esto y renuevan parte de su stock cada 15 días.
La
llamamos moda rápida, moda low cost, moda barata, pero deberíamos llamar moda
basura. Su mayor mérito es favorecer comportamientos compulsivos de comprar a
bajo precio que, más pronto que tarde, acabará en el contenedor dada su mala
calidad.
¿Sabes
cuánta agua se consume para fabricar un niqui o un pantalón vaquero? Por no
hablar de las miles de toneladas de insecticidas y toda suerte de peligrosos
productos químicos, que aquí están prohibidos y que en países del tercer mundo
son usados en su producción.
En
Europa tiramos al año más de seis millones de toneladas textiles, de las que apenas
una cuarta parte se recicla.
No
está todo perdido. También existe la moda sostenible, una tendencia cada vez
más extendida entre diseñadores y consumidores. Moda respetuosa capaz de
convivir con el reciclaje, favorecedora de la economía circular y cuidadosa con
el entorno. Sus entusiastas son una minoría, pero una minoría sabia. Tienen muy
claro que lo barato siempre nos sale muy caro a todos.

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